Mostrando entradas con la etiqueta Los años extraordinarios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Los años extraordinarios. Mostrar todas las entradas

Reseña de "Los años extraordinarios", de Rodrigo Cortés

"Mi madre contaba que se salía del cuerpo por las noches, cuando mi padre dormía. Y que luego se paseaba por la casa. Decía qué, gracias a Dios, nunca veía a nadie, que siempre estaba sola, como si el mundo se vaciara. Nunca le hablé de mis fantasmas. Nos contaba que a veces viajaba. Que había estado en La India y que no le había gustado. "Está todo sucio y huele como a pimentón", decía. A veces entraba en la casa de los vecinos y se enteraba de cosas. Abría los cajones, revolvía la cocina. Una vez se trajo una cuchara preciosa con la empuñadura de nácar, se despertó en la cama con ella en la mano, muy contenta. "Voy a usarla mucho, decía". "Para la mermelada". También había estado en Madrid. Había visitado Londres. "Por encima". A Pontevedra no iba".

A Rodrigo Cortés (Cenlle, Orense, 1973) se le conocía sobre todo como realizador de cine, pues despuntó con su segunda película, la brillante Buried (Enterrado), de 2010, bastante arriesgada al tener una única localización, el interior de un ataúd. Después ha revalidado su talento para el cine con Luces rojas (2012) y Blackwood (2018), y se ha convertido en el hombre de moda para los apasionados del Séptimo Arte y la música con los podcast "Aquí hay dragones" y "Todopoderosos". Como escritor, ha incursionado en los 'antiaforismos' y 'breverías', con "A las 3 son las 2" (2013), y "Dormir es de patos" (2016), y ya había publicado una novela, "Sí importa el modo en que un hombre se hunde" (2013).

"Por razones naturales, soy antes escritor que cineasta en un sentido puramente cronológico, por las dificultades de acceder a un oficio como el del cine que en la infancia parece inabordable", explica en una entrevista publicada en El Mundo. "Es tan fascinante como el deseo de ser astronauta. Luego cruzas esa línea imaginaria... Pero amo la palabra. Siempre lo he hecho. Incluso como director de cine, siempre he cuestionado la sentencia de que una imagen vale más que mil palabras. Son oficios completamente distintos. En el cine, el personaje se muestra a través de la acción, a través de sus decisiones, de las cosas que hace, y no tanto de lo que dice. Mientras que en la literatura, el personaje se piensa, se reflexiona y se accede al mundo a través de su mirada".

Literatura Random House publica "Los años extraordinarios", en edición en tapa blanda, de 354 páginas, que sale a la venta al precio de 17,95€. También está disponible en versión .mobi para descargar para Kindle, por 8,54€

Sinopsis de "Los años extraordinarios", una vida diferente

Memorias escritas en primera persona de Jaime Fanjul, que vino al mundo en Salamanca, en 1902, durante el reinado de Carlos VII, en un día de viento, como le recordaba siempre su madre, una mujer capaz de salirse de su cuerpo, que murió de forma prematura. Su padre, tercera generación de una familia de dueños de una mercería, no soporta la idea de que el chico no quiera seguir sus pesos y hacerse cargo del negocio, y le irrita que le robe el sombrero. Tendrá un único hermano, Benito, y tres hermanas Andresita, Elena y Elena II, pues le pusieron el mismo nombre tras el fallecimiento de su predecesora.

Tras aprobar la reválida de la época, Jaime deja a los suyos para viajar a Madrid (una de las dos capitales de España, junto a Espuria) en busca de fortuna. Durante los años siguientes, vivirá todo tipo de peripecias, se enamorará de Justine, la esposa de su George, su socio en un negocio de bicicletas viejas, que se convertirá en madre de sus hijos, y visitará lugares como Nueva York, Camboya, etc.

Reseña de "Los años extraordinarios", esperpento valleinclanesco

Resulta complicado encontrar un talento renacentista, que salga airoso de sus incursiones en distintas disciplinas. Se puede poner como ejemplo a Woody Allen, genial realizador que sin embargo escribe cuentos mediocres, y su reverso, Paul Auster, memorable escritor que fracasa como realizador de cine. Pocos casos como el de Fernando Fernán Gómez, capaz de ambas cosas. Sin entrar en comparaciones, que ni falta que hacen, asombra el caso de Rodrigo Cortés –que como aquél también escribe columnas para ABC–. Sería fácil relacionar su escritura satírica con la de Jonathan Swift, aunque sobre todo enlaza con la tradición de españoles, herederos de Quevedo, como Enrique Jardiel Poncela, Rafael Azcona, o el teatro de Miguel Mihura, con el que tiene en común un fondo bastante dramático pese a una apariencia cómica. Y sobre todo planea la sombra del esperpento de Valle-Inclán.

Salvando todas las distancias posibles con los autores mencionados, Cortés exhibe un estilo propio e inclasificable que desde este momento le ha granjeado un espacio propio, así que con un poco de suerte seguirá escribiendo más volúmenes. El autor no decepciona, a ritmo de un par de párrafos ingeniosos por página, y sobre todo no para de lanzar torpedos contra defectos típicos de los españoles. Y sobre todo, deja con ganas de más. Tiene mérito que según sus declaraciones, haya escrito gran parte del texto durante el rodaje de uno de sus largometrajes, pese a las exigencias que conlleva ejercer como realizador de cine.

Utiliza las frases con la precisión de un relojero, sobre todo con el objetivo de hacer reír (pocos libros lo consiguen de verdad), pero también para dar que pensar. Tiene mérito que la trama se sostenga, y que mantenga al lector en constante ansia de saber más, pese a su surrealismo desatado. Y eso que la trama incluye la llegada del mar a Salamanca, una guerra entre Alicante y el resto de España, una alternancia de repúblicas españolas y monarquía cada treinta años, un rey carlista, o una peculiar versión de la Segunda Guerra Mundial donde a Hitler le sustituyen por un antiguo actor de teatro llamado Wegener. Ante tamaños hallazgos, resulta difícil encontrar párrafos desdeñables.

Resulta curioso que si alguna vez este relato se llevara al cine, nadie pensaría en Rodrigo Cortés como el autor a priori más indicado para ocuparse de la realización, ya que no puede ser más diferente de su cine. Hace falta darle vueltas a la cabeza para encontrar un nexo de unión, pero da igual, ni falta que le hace.